15 mayo 2015

poema a mi hermana

la hermana que no tuve hacía tostadas cada día
antes de prepararme una chocolatada sideral en esa taza
abuela de las tazas que había en la alacena
antes de jugar con sus manos sin brújula en mi pelo mi cabeza
peinarme despeinarme peinarme
sus manos olor a pan apenas quemado
manos abrigo de las mías
al cruzar los ruidos de la mañana la calle llevarme al colegio
y saludarme desde la reja la vereda
mi hermana que no existió fue confidente
de mis amores los que duelen los imposibles primeros
los sonrió los sollozó conmigo
los acunó con canciones sin idioma con esa voz que no escuché
la voz fiel amable como el pan tostado
hermana que debí debimos tener todos
será que la recuerdo porque sí
o que desde esa comarca en que no ha sido me dice
que no ha sido
porque tal vez tal vez y es muy probable
habría debido además sonreír sollozar conmigo disimular
el moretón pan tostado en su párpado
la grosería la ofensa en sus piernas sus tetas hermanas
de las tetas siderales abuelas hijas
habría tenido que mentirme
caída el tajo mancha la sangre la inmundicia
basurita en el ojo el llanto la vergüenza
el abuso
será entonces que debo necesito
pedir perdón enfurecerme por nosotros por ellos por el hombre
que no entiende no quiere hermana hija esposa
que no quiere mujer sin herirla matarla
será que no puedo sino
cobijar el olor a tostadas hoy
en mi mano que añora a la hermana que no tuve
2015, mayo

11 mayo 2015

Garcés (publicado en Cuentos del Presidio)

Vuelvo a compartir mi cuento Garcés (integrante del volumen colectivo Cuentos del Presidio -publicado en 2014-, que estuvo en el stand de Tierra del Fuego en esta Feria del Libro), e incluyo la bella ilustración que para él realizó Agustín Alessio.


Garcés*

—¿Pero el laburo te gusta o no?
—Sí, me gusta …
—Entonces no entiendo por qué te ponés así.
Para ganar tiempo me cebo un mate y lo tomo despacio. No tengo ganas de explicarle tanto. La vocecita interna me putea “boludo, boludo” por haber dejado salir la bronca delante de él. Especulo con que se aburra de esperar mi respuesta y salga con otra cosa, pero no puedo engañarme: cualquiera que lo conoce sabe que le sobran paciencia y tozudez.
—No importa, dejá —intento—. Se me va a pasar.
—Ah, claro… Sí, ahora que lo decís se ve que se te va pasando.
No sé por qué al tío Jorge le aguanto que se ponga irónico, a otro lo mandaría a la mierda. Tengo que mirarlo. Sonríe.
—Nada, es que me están hinchando las pelotas con una boludez.
—¿Quién?
—Visniky.
—¿Quién es? ¿El chocolatín nevado? —se ríe.
—Mi jefe. El editor —me resigno y le cuento—. Se le metió en la cabeza que Néstor no está muerto, que por eso el cajón estaba cerrado, me tiró no sé cuántas razones que justifican que anda por ahí escondido o que se operó la jeta para cambiársela, y me mandó a investigar a mí. Ahora lo tengo que tener al tanto de los “avances”. Es un pelotudo.